YO AMO LA PALOMA


Hace unos días, mi esposa Fiorella comentaba mi casi inquietante afición de acumular animales. Animal que entra en mi casa, difícilmente sale. Y no es que tenga delirio de Elmira (la de los Tiny Toons) o complejo de San Martín de Porras. En realidad, es difícil de explicar, simplemente me encariño con ellos.

Alguna vez quise comprar un lagarto porque sentí que me miraba con simpatía. En ese entonces, mi madre, sabia como de costumbre, me comentó que podía traer al carismático reptil, sólo sí aceptaba hacer mis maletas y salir de la casa. Obviamente por mucho que me simpatizará el animalejo, preferí gozar de las comodidades de mi hogar.

El comentario de Fiore se dio a raíz de la llegada de una paloma, aparentemente herida, que escogió el patio trasero de mi casa para refugiarse. O sea, no escogió el patio del vecino, escogió mi patio, así que ese simple hecho ya me llenaba de un extraño orgullo.

El ave había llegado sola y allí estaba yo junto a mis hijos observándola emocionado, como si fuera la primera vez que viéramos una paloma.

Pronto empezamos a colocarle pan, arroz y agua y luego tratamos de acercarnos con la vaga esperanza de convertirnos en sus amigos. Bueno, en realidad no tratamos, traté de acercarme con la enorme esperanza de convertirme en su amigo. Lógicamente (ahora me parece lógico), Chester, así le puso mi hijo mayor, daba ligeros pasos alejándose de mi, lo que no fue impedimento para que pasada una semana ya lo considerara parte de la familia. No importaba que de vez en cuando decidiera aletear en la cocina, tampoco su mirada recelosa y menos aún que haya cagado medio patio, para mi su presencia ya era importante.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que la dichosa paloma, perdón Chester, desapareciera. Como dijo Laura Pausini, “se fue… se fue”…

No lo conocía mucho, pero es raro que bastaran unos pocos días para encariñarme con el bueno de Chester. Por eso lamenté su partida. Quizás por que pensé que su llegada podía ser parte de una señal divina o que su presencia representaba la paz dentro de mi hogar o que simplemente había que hacerle caso al famoso refrán “más vale pájaro en mano…”

Por ahí me han comentado que diariamente Chester reaparece en busca de pan, arroz y agua. Yo sospecho que lo dicen para hacerme sentir mejor, pues al menos yo no he vuelto a encontrar caca de pájaro en el patio.

Foto 1: Libro de Cabecera: ¿Qué estará haciendo el bueno de Chester?


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