PODER FEMENINO


Quizás era mi insomnio. Quizás mis prejuicios. Quizás era que macho que se respeta no va a ver a Camila. Lo cierto es que no me animaba mucho ir al concierto del grupo mexicano. Como yo, muchos amigos me comentaban lo mismo. Que sólo he escuchado dos canciones, que no es mi tipo de música, que es un grupo para chiquillas.

El viernes por la tarde finalmente había llegado temprano a casa. Dos reuniones se suspendieron y a las 6 estaba echado sobre mi cama intentando dormir, algo que no había podido hacer de corrido en las últimas semanas. Quizás hacerlo tan temprano era contraproducente, pero en verdad estaba cansado. No podía perder esta oportunidad.

Como de costumbre, aprovecharía para ver una película. Luego, ya instalado y acomodado en mi cama, seguramente me dormiría. Usualmente sucede así. Es un buen método. Escogí “La Casa Remolienda”, cinta chilena en la que actúa mi buen amigo Lucho Gnecco. La película empezaba bien. Sin embargo, no contaba con que el cansancio en esta oportunidad era mayor que mi cinefilia. No ha sido una semana fácil.


El gran problema de dormir temprano es el teléfono. Siempre suena. Cruel e inesperadamente. Era Fiore, mi esposa y jefa de prensa del concierto de Camila, así que contesté. En realidad no era ella sino Juan Carlos, gran amigo de aventuras cusqueñas y uno de los líderes de la cadena Phantom Music Store. Me decía que tenía que estar en el concierto, que me esperaba. Hace tiempo no veía a mis buenos amigos de Phantom y esta era una buena oportunidad para saludarnos y reír un rato. Chino de sueño, me levanté y decidí ir al concierto de Camila.

Llegué al Jockey Club, entre una enorme cantidad de chiquillas que corrían intentando tener una buena ubicación. Una insospechada convocatoria. Nunca pensé que un grupo como Camila, con sólo un disco y unas cuatro canciones conocidas pudiera repletar un concierto. Buen ojo empresarial, sin duda. Aún así, luego de conversar un rato y de caminar entre la gente, me empecé a arrepentir de haber ido. ¿Qué hacía yo en el concierto de Camila? ¡Por Dios! Yo soy un rockerazo. Tengo alma de ochenta. Casi un cuarentón. Fui a ver a Megadeth, soy fanático de Peter Gabriel, ¿no es una contradicción estar en Camila? Me convertía en una víctima de mis propios prejuicios. Craso error.

Acompañaba a Fiore, quien corría de un lado a otro acreditando a la gente de prensa. De repente empiezan los gritos. Gritos normales que recibían con entusiasmo a un grupo de chiquillos peruanos llamados Addamo. Lo hacían bien. Su onda juvenil conectaba con el promedio de edad, 15 y 16 años, que empezaba a abarrotar el recinto. Para esa hora, calculaba unas 5,000 personas. Pronto me confirmaría que éramos 8,500.

Luego de Addamo, todo parecía calmo. Por ahí algunos grititos. Energizante de por medio, había espantado al sueño y escogía mi ubicación para ver el concierto. Los adolescentes seguían llegando y por ahí también aparecía una que otra veinteañera y hasta treintañera romanticona. Todas bien acompañados por un nuevo espécimen del macho que se respeta, quien caminaba tratando de reafirmar que sólo había ido acompañado a su enamorada.

Desde hace buen rato, un sándwich de hot dog me hacía ojitos, pero trataba de evitarlo. En casa hay arroz con pollo, me repetía. De repente las luces se apagaban y aparecía Camila en escena. Es difícil describir el estruendoso grito escuchado en el Jockey Club. Sin duda, nunca mejor escogida la entrega de muestras gratis dentro del concierto: pastillas para la garganta. Muchas la iban a necesitar.


No exagero al decir que jamás había escuchado una ovación tan grande. Creo haber ido a muchos conciertos, sin embargo es primera vez que percibo realmente el poder femenino. Miles de chicas gritando y coreando cada una de las canciones de Camila. ¡Se las sabían todas! Y claro, éxitos como “Todo Cambio”, “Coleccionista de Canciones” o “Sólo Para Ti”, simplemente provocaron un contagioso delirio. Y digo contagioso porque a mitad de concierto era imposible no sonreír con simpatía y hasta emocionarse con las expresiones de cariño del público. Sobre el escenario el grupo mexicano no podía creer lo que sucedía.

El buen sonido, las impecables luces, la brillante organización, el carisma de los integrantes del grupo, todo, absolutamente todo fue opacado por el entusiasmo y la energía de un público que no dejaba de entregarse a la música. Sin duda, una lección para los eruditos que descalifican bandas por ser comerciales o subestiman a los oyentes por su poca capacidad crítica. Como en el cine, en gustos y colores no hay nada escrito.

La música es una sensación y las 8,500 personas que estuvimos en el concierto de Camila sentimos algo emocionante que para muchos, como yo, resultó inesperado. Mientras regresaba a casa no podía dejar de cantar: “Antes que pase más… Tiempo contigo amor… Tengo que decir que eres el amor de mi vida… Antes que te ame más… Escucha por favor… Déjame decir que todo te di…” Esa noche finalmente pude dormir tranquilo.

FOTOS: Camila Who?: La banda mexicana conquistó al público peruano, compuesto principalmente de jóvenes y eufóricas adolescentes, principal responsables de una noche emocionante.
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"Para mi, el cine son cuatrocientas butacas que llenar". (Alfred Hitchcock)

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