Es difícil de explicar lo que significa para muchos de nosotros Star Wars. No se trata de ingresar en terrenos teóricos, críticos o técnicos. No es hablar de porqué su importancia en la historia del cine ni de su comentado desgaste en las nuevas entregas ni de su ilimitado poder para hacer dinero. Eso dejémoslo para quienes detestan de alguna manera esta saga o para quienes se jactan, con el pecho hinchado de orgullo, de no haber visto ninguna de las trilogías. Jamás de los jamases. Never in the Life. Se supone, afirman, dizque, que eso los convierte en seres especiales, cultos, diferentes, rebeldes, antisistema, anti Hollywood, etc. Yo más bien lamento sinceramente que no hayan podido disfrutar de una fiebre, como sólo la magia del cine puede contagiarnos.
Hace treinta años yo sólo tenía ocho años. Mi espíritu crítico estaba absolutamente desactivado. No tuve la suerte, o desgracia, de algunos críticos que afirman haber crecido viendo Bresson, Kubrick y Tarkovski. Yo iba todos los sábados y domingos a la función matinal del cine San Antonio a ver treinta veces La Noche de las Narices Frías, Los Aristogatos, La Dama y el Vagabundo, El Libro de la Selva y todas las películas Disney que se les pueda ocurrir.
No recuerdo bien el alboroto armado por Star Wars en prensa y medios. Simplemente mi amigo Roberto, que había ido al estreno, no se cansaba de hablar de ella. A esas alturas, y luego de varios monólogos intensos y apasionados sobre el tema ya sabía de Han Solo, Luke Skywalker, Darth Vader, R2-D2 o Arturito como lo llamábamos en ese entonces.
Finalmente un domingo en matinée, luego de nuestro habitual pollo a la brasa en La Caravana, nos dirigimos ansiosos hacia el cine Pacífico… ojo cine, no multicine. Papá, mamá, mi hermano Piero y yo (mi hermana Valeria aún no asomaba). Al llegar el pánico se apoderó de mí. Tan cerca y tan lejos. Las colas daban la vuelta a toda la cuadra, salían del cine, para seguir por Pardo, volteaban la primera a la izquierda y seguían… seguían… seguían… Los revendedores estaban alborotados, corriendo de un lado a otro, tratando de convencer a todos que ya no había entradas. Ellos las tenían, pero ahora costaban dos, tres, cuatro, cinco veces más.
Mi padre no entra en vainas. No se iba a dejar estafar. Nos subió al auto y apretó el botón “velocidad de la luz”. De repente, ya estábamos en el Cine Barranco (Hoy el Estudio 4 de América Televisión). La película acababa de empezar, pero que importaba estábamos desesperados por verla. Entramos y nos vimos inmersos en una batalla de rayos láser que iban de un lado a otro. Una sensación alucinante. No recuerdo haberme despegado de la pantalla ni un segundo. Estaba absolutamente absorto. Había descubierto un nuevo mundo y estaba dispuesto cultivarlo.
No pasó mucho tiempo para que toda la cuadra de Jacinto Guerrero hablara incansablemente de Star Wars. Las conversaciones se extendieron durante varios meses, donde incluso surgieron teorías sobre los personajes como llegaron y adonde irían. Pronto salieron los muñecos, naves y escenarios, lo que intensificó el debate. Todos los regalos de Navidad tenían que ver con la película.
Ya cargados de muñequitos, recuerdo que nos juntábamos en la casa de Renzo y convertíamos su jardín en un gran campo de batalla. Cada uno tomaba una nave y una granada de barro y corríamos por el jardín intentando derribar al enemigo. Nos pasábamos horas en ese trance intergaláctico. La puntería usualmente no era buena y era bastante común ver paredes manchadas con nuestros barros láser. Nada apaciguaba nuestro ímpetu. En ese momento estábamos en una galaxia, muy, muy lejana, ubicada en la esquina de nuestras casas.
La guerra terminaba al llegar la noche. Momento para recuperar nuestros muñequitos caídos en combate. Algunos no aparecían hasta el día siguiente y uno no podía dormir pensando en qué recóndito lugar había ido a parar. Sospecho que algunos aún deben estar enterrados por ahí. Felizmente mis recuerdos no.
Mi relación con Star Wars trasciende el cine. Tiene que ver justamente con con mis recuerdos y con mi capacidad de seguir disfrutándolos sin remordimiento. Soñar es un arte que uno debemos perder y que el cine se encarga de cultivar. Star Wars dejó los deseos intactos de tener una espada láser, de disfrutar de la compañía de R2-D2, de conducir el Halcón Milenio, de hacerse pata de Han Solo o de enamorar a la princesa Leia, sobre todo si lleva esas diminutas prendas que utilizó en El Regreso del Jedi (en 1983, cuando se estreno la tercera parte, ya éramos más grandes).
Sin estar dentro de mis películas favoritas, reconozco con orgullo que Star Wars es parte de mi vida. Y una parte importante. Se trata de cine, pero también de amistad, sentimientos, emociones. Pasado treinta años, no sólo me indica el paso del tiempo (treinta años… ¡asu madre!), también me recuerda esa capacidad que sólo tiene el cine para transportarnos y hacernos soñar. A los ocho años mi espíritu crítico estaba absolutamente desactivado. Hoy con casi treinta y ocho años trato de mantenerlo en off.
PD: Las celebraciones de Star Wars se vienen dando de muchas formas. Pero una de las más divertidas tiene que ver con un episodio homenaje de la serie de animación Padre de Familia (una de mis favoritas). El capítulo se titula "Blue Harvest" y será transmitido como inicio de la sexta temporada. En la convención Star Wars se exhibió un adelanto de diez minutos. Realmente genial. Estaba colgado en youtube, pero lamentablemente la gente de la Fox lo sacó rápidamente. Sólo dejaron, esperemos que por buen tiempo, el trailer. Denle un vistazo.
Foto 1: Velocidad de la Luz: Clásico momento de Star Wars, cuando el Halcón Milenio viaja a toda velocidad por el espacio.
Foto 2: Toy Story: Juguetes de Star Wars que nos acompañaron en nuestra niñez. ¿Dónde andarán hoy?
Foto 3: Clásico: Afiche original de la película, tal y como lo recuerdo en su fecha de estreno.
Foto 4: Princesas: Fanáticas de la película disfradas de la princesa Leia en El Regreso del Jedi. Muchos no fantaseamos sólo con espadas láser y naves espaciales.
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TREINTA AÑOS... Y SEGUIMOS SOÑANDO
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