Hay películas dirigidas a un público determinado y que muchas veces por prejuicio uno las deja pasar. Hasta que de repente, mientras haces zapping, la encuentras y la disfrutas. Otras veces, tus hijos te obligan a comprarla en DVD y como la idea de esta compra también es compartir, pues te sientas a disfrutar de la película. Lo simpático sucede cuando empiezas a reírte tanto como tu pequeño. Incluso más.
Como ya lo comenté antes, disfruto viendo películas en DVD. La calidad es envidiable y a veces resulta más cómodo que ir al cine. Ojo, disfruto de la oscuridad del cine, de su magia. Sin embargo, me desesperan los ruidos, la gente hablando durante la película o las fallas técnicas de algunos “modernos” multicines (el día del estreno de Indiana Jones 4, la pantalla se oscureció y algunos espectadores tuvimos que salir para que el operador solucionara el problema). Igual, creo que hay películas que se deben de ver en una sala, aunque la tecnología hace que cada vez podamos vivir con mayor intensidad esta calidad en casa.
Recientemente me divertí con “Alvin y las Ardillas”, un sorpresivo éxito en el mundo que ya anuncia segunda parte. Sé que el cine infantil, un género o tipo de cine poco explorado en el cine peruano (a excepción de las animaciones de Alpamayo), suele ser un éxito. Los niños jalan a los padres y tienen la maravillosa capacidad de ver una y otra vez una película y disfrutarla como la primera vez. Aún así su suceso en taquilla me llamó mucho la atención.
Decidí verla. Y mientras lo hacía, enternecido por Alvin, Simón y Theodoro, practique un ejercicio crítico que me pareció realmente divertido. ¿Qué pasaría si “Alvin y las Ardillas” fuera firmada, digamos, por Woody Allen, Tim Burton, Martin Scorsese o algún respetado realizador? Es probable que hubiera sido tomada más en cuenta. Que los comentarios hubieran escarbado cada plano de la película en busca de un preciado significado. En ocasiones me encuentro con críticas que buscan o insisten en metáforas que al menos yo no percibo. Alguna vez vi una entrevista en la que un respetado crítico entrevistaba al importante realizador neoyorkino Jim Jarmuch. El entrevistador comentaba una imagen poderosa. Un perro aparecía en una toma. La metáfora era evidente. El perro, sólo y sin hogar, contrastada con los personajes había llamado la atención del crítico. La pregunta siguiente era evidente. “¿Cómo se te ocurrió?”. La respuesta de Jarmuch fue simple: “No lo sé, simplemente el perro se cruzó en la toma”. Buscarle cinco pies al gato, parece ser la consigna.
Una película como “Alvin y las Ardillas” no es vista por muchos críticos (a no ser que la firme un director importante). Las pasan por alto, incluso, las desprecian. Ojo, no todos. Pero, seamos sinceros, hay mucha pose en todo esto. El asunto es que viendo la cinta infantil, decidí encontrar, o forzar, metáforas. Quizás era un ejercicio nulo que buscaba elevar un film que me divirtió. Quizás me empujaban mis ganas de fastidiar un poco. No lo sé.
La película no tenía mayores pretensiones. Sólo quería divertir. Sin embargo, descubrí varios mensajes. Varias metáforas. El principal: esa increíble alegoría sobre el éxito, las grandes empresas, el abuso a las estrellas infantiles, la crisis de los treinta, etc.
Sumerjámonos en ella. Las ardillas aparecen en busca de hogar. Tienen talento. No sólo hablan, también cantan. Y lo hacen bien, mucho mejor que muchos chicheritos locales. El padre adoptivo trata de protegerlos, aunque su primera intención es albergarlos a cambio de explotar su talento. Los intereses son evidentes. “Cantarán mis composiciones”, les dice. Los pequeños roedores aceptan, pero en la presentación se sienten cohibidos ante gente extraña. No están acostumbrados. El plan del padre fracasa, pero es incapaz de echarlos a la calle. El compositor de treinta y tantos tiene su corazoncito. Las ardillas le han caído bien. Realmente son animalitos irresistibles, pese al caos y a los destrozos que causan a su paso.
Deprimido y agobiado, el compositor no sabe qué hacer. Alvin y compañía deciden esforzarse y convencer al empresario de discos. Lo hacen. Son un éxito. Pero nuevamente el corazón del compositor, pese a que se niega a afianzar una familia, le dice que debe cuidarlos. No desea explotarlos. Al menos no tanto.
El antagonista es el empresario musical ávido por hacer dinero. Pronto, por medio de trampas, convencerá a las ardillas para mudarse con él y ahora sí explotarlas descaradamente. El abuso infantil en su máxima expresión, con giras, presentaciones, agendas repletas, entrevistas y demás. El drama de Britney Spears, Paris Hilton, Lindsay Lohan y demás niñas mimadas de Hollywood. El empresario les dice a las ardillas lo que estas jóvenes figuras deben haber escuchado en más de una oportunidad: “La única regla es que no hay reglas”. Todas las tentaciones al alcance de adolescentes, dispuestos a probar sus límites. El empresario acumula dinero y mantiene despiertas a sus estrellas con café cargado, que parece estar mezclado con alguna sustancia de dudosa procedencia. El trío continúa sus presentaciones y ni siquiera el doctor de turno puede hacer que se detengan. “Necesitan descansar”, dice. El empresario tiene una mejor solución. “Sólo muevan los labios, yo colocaré una pista con sus voces. Nadie se dará cuenta”. Fonomímica, pues.
Felizmente el compositor treintañero decide rescatarlos. Aunque seguramente seguirán trabajando para él, a cambio de algunos waffles y un pequeño espacio en el sofá de la sala. El final feliz (o condescendiente, como muchos dirían) no es impedimento para reflexionar. ¿Podría ser que Alvin, Simón y Theodoro sean una representación del drama de Britney, Paris y Lindsay? No lo sé. Quizás, sólo sean cosas mías
"Bad Day" de Daniel Powter en versión de Alvin y las Ardillas
FOTO 1: Animales de Laboratorio: Alvin y las Ardillas sirven de pretexto para hacer un divertido experimento que busca ver más allá de lo evidente.
FOTO 2: Energizante: Instante en que las ardillas son despertadas de golpe para continuar con sus labores.
FOTO 3: Papá por Siempre: El divertido Jason Lee es el padre adoptivo de las ardillitas. Mitad amor, mitad interés.
FOTO 4: ¿Ardillitas reales?: Trío de cantantes y juergueras. La historia de Alvin, Simón y Theodoro podría basarse en la de Lindsay Lohan, Britney Spears y Paris Hilton, tres apetecibles joyitas descontroladas por la fama.
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LA METÁFORA DE LA ARDILLA
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